Me encanta la Navidad. Desde que era bien pequeña. Mi padre es muy navideño y de él he heredado la pasión por estas fechas. Recuerdo el mes de diciembre en mi pueblo, el frío pelón, la nieve, la casa de mis padres y el ritual de la puesta del árbol y el belén. El primer fin de semana de diciembre era de los mejores del año. Mis hermanos y yo bajábamos al garaje con él y sacábamos las cajas que contenían las bolas, los espumillones, las luces y las figuritas del belén. Salíamos al campo a recoger piñas, musgo, tierra, ramas y demás productos de la naturaleza para que todo fuera lo más bonito posible.
El árbol lo poníamos en el porche, lleno de luces. Era el más bonito del pueblo, sin ninguna duda. El belén tampoco se quedaba atrás. Tenía a todos los personajes, un río de plata, arena, tierra, musgo, animales, pozo, molino y todo tipo de complementos que lo hacían un belén genial.
Ya no vivo en el pueblo, pero mis padres sí y siguen poniendo el árbol en el porche. No ponen un belén tan grande, cuando nos hicimos mayores lo sustituyeron por un nacimiento pintado a mano, pero es tan bonito como el antiguo belén.
Ya no queda nada para volver a casa por Navidad, como el turrón. Este año, más que nunca, podríamos protagonizar el anuncio de El Almendro. Desde hoy, y hasta el próximo 6 de enero, queda inaugurado en este blog el periodo navideño y compartiré con vosotros esta locura que sacude los cimientos de mi casa desde ahora hasta el día 6 de enero.
Fotos vía Pinterest